jueves, 5 de febrero de 2009

El hombre y el sueño del río propio

Era un señor muy rico pero no era feliz. Pensaba que la felicidad estaba en tener muchas cosas. Conseguía siempre más cosas para tener, pero nunca llegaba a ser feliz.
Eso lo atormentaba de día y de noche y se preguntaba: “¿Qué me faltará alcanzar para ser feliz?”.
Conversando con un amigo suyo, le confió el problema y el amigo le dijo: “Tienes que descansar. Debes pasar el fin de semana junto al río; ver el agua correr, pescar... esto te hará bien”.
En medio de su desorientación, el hombre rico decidió poner en práctica el consejo. Compró una casa cuyos fondos daban sobre algunas aguas de un río. Y pasó allá un primer fin de semana. Descansó un poco pero no se recuperó del todo. Volvió una y otra vez... ¡Y no era feliz! Hasta que un día se amargó terriblemente, porque por el río que corría por el fondo de su propiedad, pasaban canoas, lanchas... y los vecinos venían a bañarse y pescar.
Fue un fin de semana fatal. Aquella noche no pudo conciliar el sueño.
Pensaba y pensaba... “¿Qué solución encontrar a este problema?” Hasta que al final se dijo a sí mismo: “Si yo compre la casa y el patio, también esa parte del río me pertenece. ¿Por qué tienen que meterse los otros a navegar, nadar, pescar...?”
“¡Yo quiero tener mi río!”
A la mañana siguiente contrató una empresa constructora y explicó a los jefes de la empresa su proyecto. Dio orden de hacer dos paredones fuertes y altos, para cerrar la parte del río que le correspondía.
Los hombres de la empresa pensaron que estaba loco. Pero el hombre era rico... Y se pusieron a trabajar, pensando solamente en los millones que cobrarían por el trabajo. ¡Aunque fuera una cosa estúpida!...
Los vecinos miraban con asombro. Algunos protestaron... Pero la obra se concluyó aceleradamente. Por que el hombre era rico! Y el hombre rico tuvo su río propio.
Sobre cada uno de los paredones se colocó un letrero inmenso, que decía: PROPIEDAD PRIVADA.
Llegó el fin de semana y el hombre rico fue feliz a su casa y a su río. Nadie pasaba con sus lanchas y canoas, nadie pescaba o se bañaba... Ahora sí podía estar tranquilo.
Pero la felicidad del sueño duró muy poco tiempo, y el hombre rico advirtió con amargura lo que había sucedido. Las aguas dieron una curva, y el río siguió su curso, por cauces nuevos... Y él ya no podía acercarse a su río propio, porque era un charco de aguas podridas. Los peces muertos flotaban en la orilla.
Y el hombre se volvió loco de rabia.

René Juan Trossero

Los hombres serán felices cuando amen.
El amor es como un río. El río es río mientras corre desde la fuente hacia el mar.